DE LA ACEPTACIÓN DEL COMUNISMO, EN VIRTUD DEL SENTIDO DE LA HISTORIA – Julio Meinvielle


¿Debemos los cristianos aceptar y adaptarnos al progreso? ¿Maniobrar nuestros valores para que subsistan y toleren los impulsos tecnológicos y sociológicos en cualquiera de sus direcciones? ¿El político debe convertirse en aprendiz revolucionario, el sacerdote en agitador obrero y el literato en fermento de disolución social mientras el burgués cobra pánico ante la inseguridad e incertidumbre del porvenir?

El teólogo Ives Congar, artífice intelectual del Concilio Vaticano II, se pronuncia así:

“La condición del proletariado es tal entre nosotros, que ella es inseparable de su lucha por su liberación. ¿Es posible entonces, estar con el proletariado, aún como Iglesia, sin acompañarlo en un combate con respecto a las exigencias del Evangelio y de la liberación que nos trae Jesucristo, trascendente es cierto, y total, pero real y concreta? No se puede evitar el plantear la cuestión del sentido cristiano de la historia y el llevar esta cuestión del plano puramente personal y espiritual de salvación al plano colectivo de la historia terrestre. No se puede evitar el encuentro del marxismo, no como teoría solamente, sino como fermento concreto de lucha obrera, cotidianamente presente y activo.

Existe ya el mundo moderno y ya, de su seno, un mundo nuevo quiere nacer, cuyos caracteres se anuncian bastante claramente: las condiciones de la vida serán allí ampliamente socializadas, tecnificadas. Corresponderá ciertamente a los cristianos el hacer valer allí las exigencias de la persona, del ser hecho a imagen de Dios, capaz de vocación y de amor. Pero deberán aceptar este mundo para poder dar a luz la respuesta y la salud de Cristo en él, al nivel y según las dimensiones de sus requerimientos”

La vie Intellectuelle, février, 1954, Jésus Christ en France, pág. 119.

¿Frente a las evidencias históricas de los movimientos proletarios se puede plantear que su objetivo es la liberación de los proletarios y que todas las consecuencias desastrosas son accidentes, fallos personales o consecuencias de agentes externos? Aunque se sigue justificando los empecinamientos socialistas con la excusa de la libertad de los proletarios, que la invoque un sacerdote con un lenguaje tan ambiguo resulta extraño. La posición tolerante y ecuménica de “aceptar este mundo” es contraria a la palabra de Dios, “Mi Reino no es de este mundo”, por más libros y discursos que se den.

Desde hace algunos siglos es más frecuente encontrar sacerdotes que quieren simpatizar con el mundo laico proletario o con el mundo laico burgués. Testimonio de una iglesia moderna que se adapta, que progresa, de una iglesia que se aleja de la Iglesia que fundó Jesucristo. El cristiano no debe evadirse de su tiempo ni sumergirse en él sino que ha de marchar como peregrino en el tiempo mirando a la eternidad.

La técnica puede servir al hombre para dominar a la naturaleza. Pero nunca debería convertir al hombre en su ratón de laboratorio con la excusa de servirlo y mejorarlo, para transformarlo en algo que nunca ha sido; es decir, destruirlo. Cuando la técnica sobrepasa el dominio del hombre, se corre el peligro de que domine al hombre y le quite la dignidad de jefe de las fuerzas naturales y las cosas para convertirlo en una cosa, su cosificación lo conduce a la igualdad, y la igualdad a ser absorbido con cualquier fin social (superior, según la propaganda).



Aunque el hombre es un ser social, primero es personal, y lo político y lo económico deberían sustentarse en esta condición esencial del hombre. Una sociedad que adora la técnica y el objetivo común por encima de la persona solo puede funcionar reduciendo al individuo a un elemento indiferenciable. La socialización y la tecnificación necesitan de la iglesia del ateísmo y el agnosticismo porque a toda realidad material le corresponde una espiritual: La espiritualidad de negar el espíritu o hacerlo tan ambiguo como sea posible.

 L'homme révolié de A. Camus, muestra cómo la actual sociedad no marcha hacia cierta socialización, regulable a placer de los teólogos, sino a un socialismo absoluto, que se mueve sobre el presupuesto de que el hombre es infinitamente plástico, sin ninguna naturaleza humana sino entregado al puro fluir histórico. Marcha hacia un socialismo en que cada ser humano, partícula del gran Monstruo Colectivo, no debe tener otra reflexión que la del reflejo condicionado que provenga de la Central del Monstruo. Allí cada hombre individual debe llegar a ser, dentro del todo social, un puro juego de fuerzas sometido a un registro prolijamente calculado.

El socialismo se alcanza mediante un determinado grado de degradación. Cuando se ha perdido el sentido de Dios, el sentido de la majestad de la autoridad pública, el sentido de la santidad de la familia, el sentido de la dignidad personal del hombre. El comunismo es término y resultado de un proceso de degradación en que la sociedad, desligada de los valores sobrenaturales, encarnados en el sacerdocio, de los valores de dignidad política, encarnados en la nobleza, de los valores de eficacia económica, encarnados en la burguesía, explota los bajos instintos del resentimiento de las clases más desheredadas pretendiendo edificar sobre el odio de éstas todo el edificio social.

Quienes más se perjudican con esta degradación progresiva son las inmensas multitudes, colocadas en el grado ínfimo de la escala social: Al no encontrar el principio de dignificación ni recibirlo como antes, quedan en una condición cada vez más infortunada. El absurdo perverso y nefasto del socialismo es querer nivelar por debajo todos los valores y clases sociales. Todos los hombres igualmente ateos, todos igualmente libres de ataduras políticas, todos sin propiedad económica, todos desintegrados. Y como los átomos desintegrados no pueden coexistir solos, un poder férreo, duro e implacable, los obliga a agruparse en un gran todo, homogéneo y colectivo, fundado y sostenido en el terror permanente.

Bernanos ha visto, en “La liberté, pour quoi faire”, que la actual sociedad europea es un cadáver tembloroso, vibrante, hirviendo en mil combinaciones nuevas, cuya absurda diversidad se refleja en el ebullir matizado de la podredumbre. El cadáver en descomposición se parece mucho a un mundo en que lo económico ha prevalecido decididamente sobre lo político, y que no es sino un sistema de antagónicos intereses inconciliables, un equilibrio sin cesar destruido, cuyo punto debe ser buscado cada vez más abajo. El cadáver es mucho más inestable que el viviente y, si el cadáver pudiera hablar, se envanecería ciertamente de esta revolución interior, de esta evolución acelerada que se traduce por fenómenos impresionantes, por emanaciones y agitaciones sin número; una caída general de los tejidos en igualdad perfecta haría avergonzar al viviente de su estabilidad, lo trataría de conservador y aún de reaccionario, porque, en esto hay que acordarle justicia, toda reacción es esencialmente imposible... Si suceden muchas cosas en el interior o aún en el exterior del cadáver, y si piden la opinión a los gusanos, y si fuesen ellos capaces de darla, os dirían que están empeñados en una prodigiosa aventura, la más audaz, la más total de las aventuras, una experiencia irreversible. Y con todo, no es menos verdad que un cadáver no tiene historia o su historia es conforme a la dialéctica materialista de la historia. No hay allí sitio para la libertad, aun bajo cualquier forma; allí el determinismo es absoluto. El error del gusano, todo el tiempo que el cadáver lo alimenta, es hacer de la Historia una liquidación.

La sociedad reniega primero de Dios y luego, lógicamente, del hombre. Porque si no existe el Creador tampoco puede existir la creatura. La realidad pierde su consistencia, el nihilismo más absurdo se entroniza en su lugar.  Si Dios no lo remedia, pronto el silencio de montones de esqueletos humanos reinará donde florecía la civilización. A la desintegración espiritual del hombre corresponde su desintegración física. La bomba atómica, creciendo en poderío desintegrador, sacudió los cimientos mismos del universo. Técnica y terror racionalizado del socialismo marchan paralelos.

¿Los cristianos que viven enterrados en las democracias populares aceptan esas sociedades socializadas y tecnificadas? Cuando se los quiere obligar a renegar de los divinos mandatos, saben oponerse heroicamente, saben buscar y aprovechar todos los resquicios que deja abierto el socialismo -no suficientemente socialista-, para dar testimonio de la verdadera libertad y confesar al Dios vivo y burlar el aplanamiento que esa máquina monstruosa realiza contra todos los actos creadores. Si aceptan la socialización y tecnificación de la vida, en lo que es compatible con los derechos de Dios, será como expiación y redención por los propios pecados y por los de sus hermanos. El cristiano entiende el desarrollo catastrófico de la humanidad como consecuencia de aceptar al príncipe de este mundo.

Abogar por una actitud complaciente del cristiano para con la técnica y el socialismo es abogar para que deje de ser cristiano. El cristiano tiene puestas sus esperanzas en El Reino de Dios. ¿Cómo interrumpe el cristiano al progreso? Al ser hecho a imagen y semejanza de Dios tiene un decálogo que lo limita sin importar las promesas de la técnica o las teorías sociales. Sin el decálogo el progreso sería ilimitado, queda por descubrir si la destrucción del hombre es un daño colateral o el verdadero objetivo. San Pablo señaló la actitud del cristiano: “¿Quién nos arrebatará al amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?”.

El mundo laico-burgués del siglo pasado estaba en el sentido de la historia. El mundo laico-proletario, fermentado por el marxismo, está en el sentido de la historia. También lo están la apostasía universal de los pueblos con la manifestación del hijo de la iniquidad y la “parusia” del Señor Jesús. El cristiano ha de vivir pendiente, no del momento de la historia, sino del fin de la historia, porque es este fin el que da el sentido auténtico que se debe asignar a cada momento de la historia. El hombre fue creado libre en el principio y corre a la consumación del mismo hombre. La historia ha de acabar cuando el último de los hombres que entre en el seno de Dios deje el mundo presente. Porque la historia es para el hombre. Pero no para cualquier hombre, sino sólo para aquél que realice en sí la plenitud de la perfección humana. Y como la perfección humana se obtiene y se consuma en la posesión de Dios, sólo es hombre en sentido auténtico y cabal aquél que vive en Dios y de Dios. Para este hombre, para los elegidos que han de vivir eternamente en Dios, creó Dios el mundo, y por ellos lo hace marchar.

“Por el movimiento, con el cual Dios mueve las creaturas corporales, se busca y se intenta otra cosa que está fuera del movimiento mismo, a saber, completar el número de los elegidos, el cual, una vez obtenido, cesará el movimiento, aunque no la substancia del mundo”

Santo Tomas de Aquino

Y “vendrá el día del Señor como ladrón, y en él pasarán con estrépito los cielos, y los elementos, abrasados, se disolverán, y asimismo la tierra con las obras que hay en ella” (2Pedro 3 10). Todo en función del hombre. Como asimismo la resurrección de los cuerpos, la “parusia” del Hijo del hombre, y “los otros cielos nuevos y la otra tierra nueva que esperamos” (Apoc 21 1-5).

Desde la resurrección de Cristo hasta el último hombre elegido que complete la plenitud de su Cuerpo, la Iglesia o la obra de Dios en el mundo está en estado de tensión, de vela, aguardando al Esposo, en estado de misión: “será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mt 24 14).

La historia profana se mueva bajo el dominio del príncipe de este mundo. San Juan parece indicar las grandes leyes de la dialéctica de las civilizaciones: Voluntad de poder por la dominación de unos pueblos sobre otros pueblos, orgullo de la vida— dialéctica del enriquecimiento sin límites con la miseria y sujeción correlativa de los más débiles, —concupiscencia de los ojos—; dialéctica de los celos y rivalidades sexuales, —concupiscencia de la carne—. Por esto San Juan contrapone la Historia Santa a la historia profana. "Pues toda la corriente del mundo, -la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia de los ricos-, nada viene del Padre, sino del mundo."( 1º Carta de Juan 2: 16) “Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo está todo bajo el maligno” ."( 1º Carta de Juan 5:19).

San Pablo muestra asimismo la contraposición de la dialéctica del mundo, en que hay rivalidad de judío y de griego. —luchas por la dominación política—; de amo y de esclavo, —luchas de dominación económica—; de varón y de hembra, —lucha por las satisfacciones carnales—; a la ciudad de Dios, en que “todos sois uno en Cristo Jesús”. Las grandes pasiones de los hombres que estudian, analizan y combaten los Libros Santos son el motor del movimiento histórico de las civilizaciones. La substancia profana de la historia es amasada en la injusticia y camina a la degradación y la barbarie.

La Historia Santa está sembrada en la historia profana. La historia profana sirve a la historia de las almas. San Pablo: “Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son escogidos”.  

Donoso Cortés enuncia esta ley filosófica de la historia:

“Yo tengo para mí, por cosa probada y evidente que el mal acaba siempre por triunfar del bien acá abajo y que el triunfo sobre el mal es cosa reservada a Dios, si pudiera decirse así, personalmente.

Por esta razón no hay periodo histórico que no vaya a parar en una gran catástrofe. El primer periodo histórico comienza en la creación y va a parar en el diluvio. Y ¿Qué es el diluvio? El diluvio significa dos cosas: Significa el triunfo natural del mal sobre el bien y el triunfo sobrenatural de Dios sobre el mal por medio de una acción directa, personal y soberana.

Empapados todavía los hombres en las aguas del diluvio, la misma lucha comienza otra vez: Las tinieblas se van aglomerando en todos los horizontes; a la venida del Señor, todos estaban negros; y las nieblas eran nieblas palpables; el Señor sube a la cruz y vuelve la luz al mundo. ¿Qué significa esa gran catástrofe? Significa el triunfo natural del mal sobre el bien y el triunfo sobrenatural de Dios sobre el mal por medio de una acción directa, personal y soberana.

Esta es para mí la filosofía, toda la filosofía de la historia.”

¿Qué significa que las leyes del cristiano sean perennes e inmutables para todas las corrientes reformadoras? Que la palabra de Dios va a señalar siempre sus errores. El cristiano, en lugar de acomodar la eternidad en el tiempo, acomoda el tiempo en la eternidad, porque siempre lo más pequeño sirve a lo más grande, y no hay nada más grande que Dios.


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