Hay
circunstancias que retiran al hombre al interior de su propia alma para
reflexionar sobre las cosas, y entonces las utopÃas en las que habÃa depositado
su confianza se desvanecen. Se siente en presencia de la severa realidad, la
realidad lo confronta.
En
nuestros dÃas, sin embargo, el sentido común se ha confundido hasta tal punto
que las cosas han perdido sus nombres. ¿Qué es UtopÃa? ¿Qué es la realidad?
¿Qué es el sueño? ¿Cuáles son las cosas que pertenecen a nuestras horas de
vigilia?
Un
dÃa una mujer estaba preparando la comida para un huésped que habÃa venido a
descansar un tiempo a su casa. "Maestro", le dijo, "mi hermana
no me ayuda". Y el Huésped respondió: "Sólo una cosa necesaria".
Martha
entendió -en cierta medida, al menos- la observación con la que Nuestro Señor
estableció la superioridad de MarÃa. Marta entendió, pero las generaciones
futuras, para quienes Dios también habló, nunca lo han entendido hasta el dÃa
de hoy.
A
lo largo de los siglos y hasta hoy los hombres han creÃdo que la cristiandad
es, por asà decirlo, una especialidad - la especialidad de aquellos que fijan
sus pensamientos en otra vida, la especificidad de los mÃsticos; y el
misticismo ha sido considerado como una de las formas de los sueños, digno de
cierto respeto, tal vez, pero como seguramente inútil.
Y
asà los siglos, con sus necesidades reales, prácticas y apremiantes, han puesto
toda su confianza en su propia fuerza y habilidad.
El
resultado es que hoy en dÃa las naciones del mundo ya no saben cómo superar las
innumerables dificultades de su situación. Sin embargo, tienen lo que querÃan.
Ellos querÃan interrogar a la materia, investigarla, dominarla; lo han
conseguido. Y ahora, enfrentados a cuestiones de la vida de las naciones, no
pueden dejar de ver que la materia no las resuelve, sino que, por el contrario,
las complica. Sus descubrimientos no contienen ninguna respuesta, su industria
permanece muda. Se han inventado armas que dan la muerte; no se ha descubierto
ningún instrumento que pueda dar la vida. El avance de las naciones ha
suscitado un sinfÃn de problemas, asà como el avance de los ejércitos levanta
nubes de polvo; y en la noche oscura que han hecho alrededor, las naciones han
perdido su camino.
Estaba
reservado para la época en la que vivimos el desplegar ante de los hombres
todas las maravillas de la industria, para entronizar al conquistador en medio
de sus conquistas, y luego para decirle: " Has depositado tu confianza en
tus invenciones, y ahora vas a morir en medio de ellas, a morir en ellas, a
morir por ellas".
En
los siglos anteriores, la humanidad se avergonzaba primero de un conjunto de
detalles, luego por otro. Ahora sufre una vergüenza universal. Se debate en un
laberinto y no consigue poner nada en orden. Por mucho que se esfuerce, siempre
llega a la misma confusión.
Hasta
ahora, el hombre estaba atormentado por diversas pasiones, como el amor, el
odio, los celos, la avaricia. Hoy en dÃa, han surgido una sociedad y una
literatura que demuestran con toda claridad que el problema ha golpeado las
raÃces mismas del alma, cambiando incluso las antiguas fuentes de desorden.
Detrás de las pasiones que pueden ser conocidas y nombradas, vemos el retorno
de otra pasión que no tenÃa ni nombre ni existencia durante los siglos
cristianos, pero que era llamada por los paganos taedium vitae.
Ahora
bien, estar cansado de la vida no es otra cosa que tener una inmensa necesidad
de Dios. El hombre moderno, porque ha conseguido dar a la materia toda clase de
nuevos usos, imagina que, entre sus mil y una nuevas formas, asumirá la forma
de un Salvador.
Trata
de soñadores a los que le hablan de fe, esperanza, caridad, y adoración. Piensa
que no fue un hombre práctico el que dijo: "Buscad primero el reino de
Dios y su justicia, y todas estas cosas serán añadidas a vosotros".
Por
eso el hombre moderno está al final de sus recursos. Ha abandonado la presa y
se ha agarrado a la sombra. Aunque se considere un sabio positivista, todavÃa
no sabe que ha perdido el control de lo positivo. Ha aprovechado su éxito para
enterrarse en su utopÃa. A medida que su sueño se ha ido haciendo más profundo,
su sueño se ha ido alejando cada vez más de la realidad. Y asà como en su vida
exterior el hombre ha convertido la noche en dÃa, el dÃa en noche, asÃ, en su
vida interior, ha tratado de convertir un sueño en una realidad, y una realidad
en un sueño; sólo que la naturaleza de las cosas ha resistido el intento, y el
sueño ha seguido siendo un sueño, la realidad ha seguido siendo una realidad.
Jesucristo
sigue siendo lo que siempre ha sido -la piedra angular de este mundo, de todos
los mundos.
Él
sigue siendo la única necesidad universal. Los hombres no lo quieren, dicen que
es un sueño; pero Él es la Realidad, y nada puede avanzar sin Él. Desde que la
materia, llevada a la bahÃa y cuestionada de cerca, reconoce su impotencia,
sólo queda una cosa prudente para convertirse. La necesidad suprema del
intelecto, que es la Justicia y la Verdad, se convierte asà en la necesidad
suprema de la vida. La necesidad de Jesucristo ha salido de la región del
Pensamiento a la región de los Hechos. El cristianismo ya no es sólo la
necesidad moral del mundo; es también la necesidad material. Es tan urgente,
esta necesidad, que se puede decir que es el único remedio que nos queda. Los
paliativos están agotados; sólo la Verdad es ahora practicable. Ya no hay dos
salvadores diferentes para este mundo y el otro, sólo hay uno para ambos; y es
Él quien habló hace casi dos mil años a Marta y a MarÃa.
En
tierra un marinero es a veces blasfemo y borracho. Pero un dÃa se embarca, y
entonces, en el momento de la despedida, una esposa o una hermana le ata al
cuello una medalla de la Virgen, y cuando el viento se levanta, se acuerda. La
terrible voz de la tempestad le advierte del lÃmite fijado a la habilidad del
capitán, y ocupado, aunque obedezca órdenes, encuentra tiempo para levantar su
gorra. AsÃ, ocupado como está en la más material de las ocupaciones, se le
recuerdan los peligros más materiales de todos los peligros, el más espiritual,
la más mÃstica de todas las necesidades, la necesidad de la oración. Y asà el
marinero, que quizás hace poco tiempo atrás bebÃa y juraba, de repente se
encuentra en completa harmonÃa con un monje carmelita rezando a mil millas de
distancia. Ha sido conducido al dominio de lo espiritual por la violencia
material de los elementos furiosos, y puede que se eleve a grandes alturas. Tal
vez con un salto dejará atrás a los que fueron sus maestros, porque los
momentos a veces hacen el trabajo de siglos. El aullido del viento es terrible,
el barco muy frágil, el mar muy profundo, la Eternidad algo bastante desconocido.
Todo conspira para revelar a todos nosotros hoy la misma gran necesidad
espiritual que la tormenta reveló al marinero.
Unum est necessarium. La única cosa necesaria, la única cosa que los hombres no quieren, la que declaran anticuada y absurda, es lo que todas las cosas exigen como su principio, su vÃnculo de unión, su propia luz. Sin el cristianismo, todo se derrumbará y pereceremos.
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