LA ÚNICA COSA NECESARIA – Ernest Hello



Hay circunstancias que retiran al hombre al interior de su propia alma para reflexionar sobre las cosas, y entonces las utopías en las que había depositado su confianza se desvanecen. Se siente en presencia de la severa realidad, la realidad lo confronta.

En nuestros días, sin embargo, el sentido común se ha confundido hasta tal punto que las cosas han perdido sus nombres. ¿Qué es Utopía? ¿Qué es la realidad? ¿Qué es el sueño? ¿Cuáles son las cosas que pertenecen a nuestras horas de vigilia?

Un día una mujer estaba preparando la comida para un huésped que había venido a descansar un tiempo a su casa. "Maestro", le dijo, "mi hermana no me ayuda". Y el Huésped respondió: "Sólo una cosa necesaria".

Martha entendió -en cierta medida, al menos- la observación con la que Nuestro Señor estableció la superioridad de María. Marta entendió, pero las generaciones futuras, para quienes Dios también habló, nunca lo han entendido hasta el día de hoy.

A lo largo de los siglos y hasta hoy los hombres han creído que la cristiandad es, por así decirlo, una especialidad - la especialidad de aquellos que fijan sus pensamientos en otra vida, la especificidad de los místicos; y el misticismo ha sido considerado como una de las formas de los sueños, digno de cierto respeto, tal vez, pero como seguramente inútil.

Y así los siglos, con sus necesidades reales, prácticas y apremiantes, han puesto toda su confianza en su propia fuerza y habilidad.

El resultado es que hoy en día las naciones del mundo ya no saben cómo superar las innumerables dificultades de su situación. Sin embargo, tienen lo que querían. Ellos querían interrogar a la materia, investigarla, dominarla; lo han conseguido. Y ahora, enfrentados a cuestiones de la vida de las naciones, no pueden dejar de ver que la materia no las resuelve, sino que, por el contrario, las complica. Sus descubrimientos no contienen ninguna respuesta, su industria permanece muda. Se han inventado armas que dan la muerte; no se ha descubierto ningún instrumento que pueda dar la vida. El avance de las naciones ha suscitado un sinfín de problemas, así como el avance de los ejércitos levanta nubes de polvo; y en la noche oscura que han hecho alrededor, las naciones han perdido su camino.

Estaba reservado para la época en la que vivimos el desplegar ante de los hombres todas las maravillas de la industria, para entronizar al conquistador en medio de sus conquistas, y luego para decirle: " Has depositado tu confianza en tus invenciones, y ahora vas a morir en medio de ellas, a morir en ellas, a morir por ellas".

En los siglos anteriores, la humanidad se avergonzaba primero de un conjunto de detalles, luego por otro. Ahora sufre una vergüenza universal. Se debate en un laberinto y no consigue poner nada en orden. Por mucho que se esfuerce, siempre llega a la misma confusión.

Hasta ahora, el hombre estaba atormentado por diversas pasiones, como el amor, el odio, los celos, la avaricia. Hoy en día, han surgido una sociedad y una literatura que demuestran con toda claridad que el problema ha golpeado las raíces mismas del alma, cambiando incluso las antiguas fuentes de desorden. Detrás de las pasiones que pueden ser conocidas y nombradas, vemos el retorno de otra pasión que no tenía ni nombre ni existencia durante los siglos cristianos, pero que era llamada por los paganos taedium vitae.

Ahora bien, estar cansado de la vida no es otra cosa que tener una inmensa necesidad de Dios. El hombre moderno, porque ha conseguido dar a la materia toda clase de nuevos usos, imagina que, entre sus mil y una nuevas formas, asumirá la forma de un Salvador.

Trata de soñadores a los que le hablan de fe, esperanza, caridad, y adoración. Piensa que no fue un hombre práctico el que dijo: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas serán añadidas a vosotros".

Por eso el hombre moderno está al final de sus recursos. Ha abandonado la presa y se ha agarrado a la sombra. Aunque se considere un sabio positivista, todavía no sabe que ha perdido el control de lo positivo. Ha aprovechado su éxito para enterrarse en su utopía. A medida que su sueño se ha ido haciendo más profundo, su sueño se ha ido alejando cada vez más de la realidad. Y así como en su vida exterior el hombre ha convertido la noche en día, el día en noche, así, en su vida interior, ha tratado de convertir un sueño en una realidad, y una realidad en un sueño; sólo que la naturaleza de las cosas ha resistido el intento, y el sueño ha seguido siendo un sueño, la realidad ha seguido siendo una realidad.

Jesucristo sigue siendo lo que siempre ha sido -la piedra angular de este mundo, de todos los mundos.

Él sigue siendo la única necesidad universal. Los hombres no lo quieren, dicen que es un sueño; pero Él es la Realidad, y nada puede avanzar sin Él. Desde que la materia, llevada a la bahía y cuestionada de cerca, reconoce su impotencia, sólo queda una cosa prudente para convertirse. La necesidad suprema del intelecto, que es la Justicia y la Verdad, se convierte así en la necesidad suprema de la vida. La necesidad de Jesucristo ha salido de la región del Pensamiento a la región de los Hechos. El cristianismo ya no es sólo la necesidad moral del mundo; es también la necesidad material. Es tan urgente, esta necesidad, que se puede decir que es el único remedio que nos queda. Los paliativos están agotados; sólo la Verdad es ahora practicable. Ya no hay dos salvadores diferentes para este mundo y el otro, sólo hay uno para ambos; y es Él quien habló hace casi dos mil años a Marta y a María.

En tierra un marinero es a veces blasfemo y borracho. Pero un día se embarca, y entonces, en el momento de la despedida, una esposa o una hermana le ata al cuello una medalla de la Virgen, y cuando el viento se levanta, se acuerda. La terrible voz de la tempestad le advierte del límite fijado a la habilidad del capitán, y ocupado, aunque obedezca órdenes, encuentra tiempo para levantar su gorra. Así, ocupado como está en la más material de las ocupaciones, se le recuerdan los peligros más materiales de todos los peligros, el más espiritual, la más mística de todas las necesidades, la necesidad de la oración. Y así el marinero, que quizás hace poco tiempo atrás bebía y juraba, de repente se encuentra en completa harmonía con un monje carmelita rezando a mil millas de distancia. Ha sido conducido al dominio de lo espiritual por la violencia material de los elementos furiosos, y puede que se eleve a grandes alturas. Tal vez con un salto dejará atrás a los que fueron sus maestros, porque los momentos a veces hacen el trabajo de siglos. El aullido del viento es terrible, el barco muy frágil, el mar muy profundo, la Eternidad algo bastante desconocido. Todo conspira para revelar a todos nosotros hoy la misma gran necesidad espiritual que la tormenta reveló al marinero.

Unum est necessarium. La única cosa necesaria, la única cosa que los hombres no quieren, la que declaran anticuada y absurda, es lo que todas las cosas exigen como su principio, su vínculo de unión, su propia luz. Sin el cristianismo, todo se derrumbará y pereceremos.

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