¿Dónde es la tierra del exilio? Toda tierra que no es nuestro verdadero paÃs es la tierra del exilio. Nuestra verdadero paÃs es la luz para la que hemos nacido. El exilio es la noche.
Ahora, todo tiene su parodia, y mientras mas grande la luz, más profunda la sombra que trata de falsificarla.
La parodia de nuestro verdadero hogar son algunas viviendas privadas - la negra y aislada morada del egoÃsmo.
A veces el hombre imagina que se perderá si se da a sà mismo, y que se mantendrá a sà mismo si se esconde. Pero sucede lo contrario con terrible exactitud. ¿Sabes cual es la vivienda más personal y privada del hombre, que es sin ninguna duda su especial y exclusivo retiro, el sÃmbolo y triunfo del hombre completo? Lo llaman tumba. "Recuerda, hombre, que eres polvo, y al polvo debes regresar" dice la Iglesia sobre un dÃa determinado.
El más privado y tranquilo lugar de todos es ciertamente la tumba. Entonces, si el egoÃsmo tuviera razón, si mejor se mantuvo puro e intacto quien se encerró en la prisión de su propio ser, al abrigo del aire fresco y el mundo exterior, la tumba serÃa la única morada en la que un hombre podrÃa esperar mantenerse inviolable e integral.
¡Pero admira lo que ocurre! El egoÃsmo es tan verdaderamente la muerte, que la tumba entrega a la descomposición, la desorganización y decadencia, al hombre a quien protege del aire y la vida. Guarda lo que se le confÃa, pero lo guarda para los gusanos que esperan su presa.
La tumba es el hombre que se encierra en sà mismo.
¿Recuerdas las palabras pronunciadas después de esos cuatro dÃas históricos: Lazare, veni foras. La misma Voz habla a todo corazón muerto, y lo llama incesantemente en la plenitud de su amor: "¡Ven fuera de ti! ¡Ven adelante ! ¡Veni foras!"
La entrega de uno mismo es la condición de vida. Cuanto más abre un hombre su corazón, más fuerte se vuelve; cuanto más se gasta, más concentrado se vuelve; cuanto más generoso es, más dueño de sà mismo; cuanto más amplios son los rayos de sus simpatÃas, más brillante es el centro.
Pero debemos tener cuidado de no confundir el aislamiento con la soledad. El aislamiento es la muerte, la soledad es a veces vida. El aislamiento es privacidad; pero la soledad, dice Pere de Ravignan, es el
paÃs de los fuertes.
Un hombre de negocios egoÃsta, que se abre camino a través de sus enemigos en la ocupada multitud de egoÃstas, no está solo, sino que está aislado. El viejo anacoreta del desierto vivÃa en la soledad, pero nadie estaba menos aislado que él. Estaba en comunión con la humanidad en su pasado, su presente, y su futuro; porque estaba Ãntimamente unido con Aquel, en y a través de Quien solo todos los seres están en comunión.
La soledad favorece la unión; porque la soledad, enraizada en el amor y en el orden, eleva el alma, y es siempre en las alturas donde se prepara y se realiza la unión. La soledad es también una preparación para la acción, y a menudo puede decirse que comprende acción, asà como el silencio prepara el camino para el habla, y a menudo dice más de lo que las palabras pueden decir.
En el orden natural, el aislamiento debilita y la soledad fortalece. El hombre aislado escapa a muchas de las penas y cargas de la vida. Un hombre capaz de soledad primero reúne todo lo que la vida puede ofrecer, y luego lo gasta libremente. Si buscamos la cumbre misma de la soledad, nuestro pensamiento descansa en la Cruz que fue elevada en el Calvario. Y, sin embargo, el Salvador crucificado reconcilia todas las cosas y atrae todas las cosas hacia sÃ: Et ego si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum.
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